Por Luis Jasso
Y efectivamente, rompieron todo. Al hablar de México cambiaron la historia (Rockdrigo González murió sí en el terremoto del 85, pero no en Tlatelolco, vivía en la colonia Juárez); se saltaron a las figuras clave al hablar de igualdad de género (a Rita Guerrero apenas la mencionaron y a Cecilia Toussaint por ejemplo, ni siquiera eso), le dieron voz para hablar del movimiento del 68 a alguien que nació en el 75 (y claro que puede tener su opinión, pero hay muchos músicos que vivieron esa represión ya en su adolescencia o temprana adultez), justificaron la presencia de Maná con el argumento simplista de las ventas de discos, lo cual podría ser válido, pero hundieron su muy inestable caso al denominarla banda de culto y pero, en un país donde la represión contra el rock fue real, se permitieron el lujo de dejar que Leonardo de Lozanne encabezara a todos esos rockeros que durmieron en celdas y que fueron golpeados por años nada más por dedicarse a su arte con una ridícula idea: “a Fobia lo censuraron cuando salió El Microbito porque tenía contenido sexual”. ¡Vaya, no recordaba que esa banda, líder incuestionable de la contracultura hubiera sido censurada!
El argumento que ronda en las redes sociales (benditas, faltó aclarar) que dice que si no te gusta el documental hagas el tuyo es bastante infantil. El eslogan de la producción de Netflix dice “La historia del Rock en América Latina”, así que no está fuera de la realidad esperar que sea justo eso. Y ahí está el problema. Algunos elementos son comprensibles: el filme está muy cargado primero hacia Argentina y luego hacia México porque uno de sus principales curadores, Gustavo Santaolalla, se hizo músico en el país sudamericano y productor en el nuestro. Se les olvidaron países como Brasil, Ecuador, todo Centro América… pero es entendible, “solo” tuvieron seis o siete capítulos.
Pero en México, que al final del día es lo que se tiene más a la mano, de plano se volaron la barda. Además de las omisiones mencionadas y las inexactitudes en los comentarios, el documental ofrece entrevistas con gente como Armando Suárez de Chac Mool, pero no se habla de la trascendencia de esa banda en México; entrevistan a Javier Martín del Campo de La Revolución de Emiliano Zapata pero se habla poco de su historia y encontraste, se habla mucho de la historia de El Tri pero Lora aparece poco.
Entonces, el gran problema de este y otros documentales que pretenden abarcar “la historia” de algo es que se queda muy corto en su intento. Si desde el inicio quedara claro que es una visión de PARTE del rock latinoamericano, entonces se le miraría con otros ojos e incluso se le aplaudiría. Porque mucha gente se dice emocionada de descubrir bandas que no conocía gracias al documental, lo cual sería una palomita en la calificación general, aunque termine por ser (una vez más) la historia de algo contada por quienes mayor beneficio económico sacaron de ello. Desde la perspectiva personal, como muchas otras cosas que terminan por tener connotaciones distintas a las que originalmente se buscaban, el término “Rock en tu idioma” se ha convertido en divisor de ideas.
¿Y qué tiene que ver el mal llamado movimiento Rock en tu Idioma en todo esto? Según mis recuerdos, en algún momento de los años 80, algún sello discográfico se quiso colgar del éxito comercial de algunas bandas de rock hispanoparlantes para hacer negocio. Se inventaron la etiqueta de “Rock en tu Idioma” por la sencilla razón que mueve siempre a los sellos discográficos: segmentar el mercado y vender más con base en esa segmentación. Es decir, se inventaron esa fórmula para vender una diversa cantidad de productos que ya existían, pero que englobados en esa terminología le daban al consumidor la idea de estar en la moda, en lo del momento, “in”. Sin embargo les funcionó de tal manera que de aquella simple herramienta de mercado, se generó todo un movimiento musical (mercadotécnico le queda mejor).
Una vez más, de acuerdo a mi memoria, el problema básico era que con esa etiqueta los sellos querían vender a bandas como Soda Stereo, Nacha Pop, Enanitos Verdes, Radio Futura y otros más. Es falsa la idea de que se trataba de impulsar también a las bandas mexicanas, basta revisar las agrupaciones beneficiadas por BMG (el sello que inventó la etiqueta) en los tres primeros LP’s para darse una idea: 26 de 31 temas que aparecieron en esos vinilos eran de bandas españolas o argentinas y sólo cinco (Caifanes, Asha en dos ocasiones, La Cruz y Neón) eran mexicanos.
Luego, en una visita rápida a la red, al escribir el nombre de Gustavo Santaolalla, además de adjetivos aventurados como “Rey Midas”, lo primero que salta a la vista son las bandas con las que ha trabajado y tenido éxito. De inmediato aparecen nombres como Julieta Venegas, Molotov, Café Tacuba, Maldita Vecindad, Árbol, León Gieco, Divididos, Fobia, Versuit Vergarabat, Los Prisioneros y Juanes, entre otros. Ahora, ¿cuántas de esas bandas y artistas son referenciadas en el documental? ¡Todas! Y no se le puede llamar nepotismo porque no son sus familiares, pero por lo menos, diríamos en jerga mexicana, nos indica de qué lado masca la iguana.
Todo eso, sumado a la repetitiva (al grado de casi volverse mantra de vida) idea de que el rock latinoamericano DEBE sonar a raíz, hunden el barco. Es decir, de Café Tacuba se puede decir que innovaron y discutir si lo que hacen es rock o no; de Julieta se puede hablar sobre su incorporación del acordeón al rock, de Bersuit Vergarabat el uso de alientos, pero se les olvida que esa es una manera de ver las cosas, no una ley. Si todas las bandas latinas hicieran rock con influencias del ska (que por cierto, Jamaica tampoco está representado en el documental) o de la cumbia o del folklore andino o del bolero, el mundo sería terriblemente aburrido y monocromático.
En México hay una larga historia de bandas que se hicieron en los “hoyos Funky” o que mantuvieron ese espíritu vivo durante décadas (todas las mal llamadas bandas de Rock Urbano, desde Tex Tex y El Haragán hasta Lira ´N’ Roll y La Banda Bostick), con su base en el rock anglo, con su antepasado en el Blues y el Jazz, pero fueron ignoradas.
Y finalmente, cuando en este continente, concretamente en la parte hispanoparlante hay una enorme tradición metalera con bandas leyenda como Rata Blanca (Argentina), Luzbel (México), Criminal (Chile), Basca (Ecuador), Gillman y por supuesto Kraken (Colombia), el documental solo hace referencia al género con Ekhymosis, una banda que comenzó “tocando Death Metal y Black Metal a lo Metallica”, (Juanes dixit). Habrá que ver que opinaría el fallecido Elkin Ramirez, líder de Kraken, la banda leyenda de Colombia.
Rompieron todo, sí, como esas piñatas golpeadas por un niño tramposo que se levanta la venda de los ojos para espiar los movimientos antes de tirarle un golpe.
Ahora bien, si usted quiere ver un documental sobre rock en América Latina por mero entretenimiento, es bastante recomendable. La cosa es no pensar mucho en su contenido.
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