Por Patricia Chavez
La muerte irrumpe, arrebata, aturde. Nos desnuda abruptamente hasta lo más hondo del alma.
Provoca profundo vacío, desolación, enojo, náuseas. Llanto dolido, aullidos desgarradores; pero a la vez hermana, humaniza y conduele a todos los seres de todas las edades, razas y en cualquier esfera social.
Al perder a un ser querido, perdemos parte de lo que somos. Sentimos que nos lanzan al abismo de lo desconocido. Ahí enfrentamos el miedo a la ausencia y a lo inexplicable. En contraste nos llenamos de abrazos, caricias cálidas, de rostros genuinos, manos que nos tocan conmovidas y de quienes enjugan nuestras lágrimas de forma literal o a la distancia.
La muerte contacta, sensibiliza y nos reencuentra con cariños entrañables.
Muerte cruel, silencio absoluto. Extraña temida por todos… anhelada por algunos.
Presencia tenue, continua. Quizá la más leal compañera desde que nacemos. Destino mal entendido.
Ella nos intenta recordar que sólo tenemos el instante presente; insolentes nosotros que no lo apreciamos.
¡Sentido de Vida! Eso es lo que debería darnos la muerte. No miedo.
Efectivamente, la muerte da sentido a la Vida. Como diría Jorge Luis Borges en su cuento “El Inmortal”
“Todo, entre los mortales, tiene el valor de lo irrecuperable y de lo azaroso”
Vive, vive plenamente hasta que toque morir.
Puede ser por pandemia o por edad. Por un choque o al dormir; pero lo único seguro en esta Vida es que en algún momento todos dejaremos este plano. Así que ocupémonos de ser de una existencia plena y feliz. La mejor manera de prepararnos para una buena muerte, es experimentando una Vida maravillosa… Sólo así sonreirás cuando la muerte te reclame.
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Patty Ch 2020
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