Por Luis Jasso
En 1935, el régimen Nazi creó un programa llamado Lebensborn (Fuente de vida). La idea fue del entonces director de la Schutzstaffel (la infame SS, la policía secreta alemana), Heinrich Himmler. En pocas palabras era una herramienta que buscaba establecer a la raza aria, y para ello hicieron varias maniobras, como secuestrar a miles de niños rubios y de ojos azules por toda Europa oriental para entregarlos en adopción a familias alemas, por ejemplo.
Una de las maneras que idearon para establecer y fomentar la raza aria fue aprovechar la ocupación militar que ejercía el régimen germano en países como Noruega, Bélgica, Francia y Luxemburgo. Particularmente en Noruega, un país que Himmler admiraba porque abundaban las mujeres puras (blancas, rubias y de ojos azules), los Nazis dejaron una huella profunda. Ahí, los soldados alemanes eran conminados a tener relaciones con mujeres arias, sin importar su estado civil. Es decir, no importaba si el soldado estaba casado o no, el punto era engendrar hijos con las mujeres noruegas. Cada mujer que pudiera demostrar que su hijo nonato tenía ancestros arios recibía apoyo económico y trato preferencial en clínicas de maternidad. Podían criar a sus hijos en su país o mudarse a Alemania donde serían protegidos por el Estado y atendidos en los institutos Lebensborn.
El problema llegó cuando Alemania perdió la guerra. Al poco tiempo, las madres fueron vistas como traidoras y prostitutas, y si bien nunca tuvieron un juicio formal y legal, el gobierno tampoco hacía nada por protegerlas del escarnio social. Cientos de ellas fueron víctimas de abusos sexuales y violaciones, expulsadas del país o discriminadas en todos los modos posibles. Fue una historia que mostró los peor del ser humano y lo peor de una sociedad que hoy es considerada modelo, pero fue también algo que durante décadas se mantuvo a nivel local. Fue hasta que una mujer famosa, conocida y amada por millones de personas contó su historia que el mundo supo del programa Lebensborn y de los llamados Tyskerbarnas, los “niños alemanes” de Noruega.
Hoy conocida como Su Alteza Serenísima la Princesa Anni-Frid de Reuss, Condesa de Plauen, o Anni-Frid Synni Lyngstad, en los 70 y 80 fue simplemente Anni-Frid, cantante (junto con Agnetha Fältskog) de ABBA, una de las agrupaciones musicales que más discos ha vendido en el mundo. Su voz es la principal en algunos de los más grandes éxitos del cuarteto como “Fernando”, “Money, money, money” y “Super Trouper”, por ejemplo. Así, Frida en realidad no es sueca, como muchos asumen debido al origen de la banda, sino noruega, hija de un soldado alemán y una joven noruega que cuando vio lo que les esperaba si se quedaban en su país de origen, emigró a Suecia con la intención de desarrollar una nueva vida. Tristemente, la mamá de Anni murió cuando ella apenas tenía dos años, por lo que fue criada por su abuela.
Cuando ella habló de su experiencia el mundo escuchó y algunas organizaciones de Tyskerbarnas la tomaron como estandarte. Recientemente, en 2018, la primera ministra noruega, Erna Solberg, ofreció una disculpa pública por parte del gobierno que encabeza, a todas esas mujeres que fueron marginadas, estigmatizadas, detenidas e incluso deportadas tras los hechos ya descritos. En su discurso en el marco del 70 aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, Solberg aceptó que “las autoridades noruegas violaron el principio fundamental de que ningún ciudadano puede ser castigado sin un juicio o sentenciado sin un proceso legal.
El antecedente viene desde el 2002, año en que por primera vez el gobierno de Noruega reconoció “el tormento por el que pasaron los hijos de padres alemanes” y ofreció compensarlos luego de que “personas individuales, periodistas e investigadores sacaron a la luz la manera en que estas mujeres y sus hijos fueron tratadas”. Luego, en 2007, un grupo de personas Lebensborn demandaron al estado noruego ante la Corte Europea de Derechos Humanos en busca de una compensación económica, pero su caso fue desestimado porque ya había pasado mucho tiempo. Y así, en 2018, llegó la disculpa oficial que si bien sucedió en un momento en que la mayoría de las personas directamente afectadas ya no viven, por lo menos trajo paz y redención a sus familiares.
Anni no habla mucho sobre el tema, pero cuando se le ha preguntado lo ha enfrentado dignamente, y si bien no fue una historia de película en la que la chica famosa desentierra su pasado y cambia el futuro de otras personas, fue claro que su visibilidad mediática ayudó enormemente a que la tragedia de los “niños alemanes” se conociera en todo el mundo. Hoy, Anni tiene 74 años, ha estado casada en tres ocasiones, formó parte de una banda que según estimaciones ha vendido 300 millones de discos en el mundo e hizo felices a millones de personas, a pesar de su trágica historia. Así, sus palabras en “I Let The Music Speak”, uno de los grandes éxitos del cuarteto con ella en la voz principal cobran un sentido diferente y casi heroico, pues el tema habla de que a pesar de los buenos y malos tiempos, la música nunca te abandona.
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