Por Agustín Estrada
Charles Moeller, en alguno de los seis tomos sobre la literatura del siglo XX, comenta así un párrafo de una novela de Graham Greene donde su protagonista, Pinkie , se suicida: «El hombre no llega nunca a hacerse tanto daño como quisiera. Esta zona profunda, esta materia tierna e infantil que forma el tejido más secreto de nuestro ser, esta infancia sepultada en nosotros, más allá del tiempo, ninguno de nuestros pecados puede destruirla por completo mientras exista un último fulgor de vida. Este santuario inmaculado es la imagen de Dios en nosotros; Pinkie sabe bien que es indestructible; es la piedra sagrada que ninguna desgracia, ningún cataclismo, ningún pecado puede arrancar por completo Este niño que sueña dentro de nosotros es el que la gracia trata continuamente de despertar al gran día de la claridad eterna». Qué bueno y saludable es volver a la infancia de vez en cuando. Al hacerlo, uno abre el cajón de los recuerdos que pueden volverse un consuelo súbito. Como bien canta Chabela Vargas: «Uno vuelve siempre a los viejos sitios donde amó la vida». Ethel Lilian Boole creció en Inglaterra y fue una figura significativa por su música pero especialmente por sus novelas, y en concreto El Tábano. La vida de la autora es tan romántica y extraordinaria como el movimiento revolucionario de 1830 en Italia que ella describe. El tábano expresa, en el romántico lenguaje de la época, las concepciones de los emigrados rusos, trasponiéndolos a la actividad revolucionaria en otro tiempo y país: la sociedad de la Joven Italia que, entre 1830 y 1860, trató de librar a Italia de la ocupación austriaca y del dominio de los jesuitas. Es su honestidad emocional la que da al libro su permanente actualidad. Merece la pena una leída. O dos • AE
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